Texto curatorial para la exposición Kill Yr Idols del artista Luis San Sebástián, co-comisariada junto a Javier Panera Cuevas y Antonio Matei, del 12 de noviembre al 17 de diciembre de 2022 en la Galería Adora Calvo de Madrid.
Escribir sobre Luis San Sebastián es siempre, para mí, un viaje de vuelta a la adolescencia. Muchas de las referencias musicales que atraviesan su obra son las mismas que vivían en el reproductor MP3 que me acompañaba, cada día, camino al instituto. Y es que, si digo Joy Division, New Order o Los Ramones, a muchos les pasará lo mismo. Así que, cuando Luis me invitó a redactar un texto para su última exposición en la galería Adora Calvo, no pude decir que no. Esta vez ha sido el título de la muestra, Kill Yr Idols, lo que me ha catapultado de regreso al pasado.
Cuando tenía 15 años forré mi habitación de posters de Nirvana y de fotografías de su celebérrimo líder, Kurt Cobain. Realmente sentía verdadera adoración por él. Su retrato no sólo vivía en mis paredes. También se podía contemplar en mis carpetas, en el frontal de varias camisetas, y en las chapitas que decoraban los bolsillos de mi mochila. Pero su influencia sobre mí iba mucho más allá. Pedí a mis padres que me compraran una guitarra eléctrica, zapatillas Converse, jerséis de rayas y camisas de cuadros. Comencé a romper mis pantalones al más puro estilo grunge y a pintarme las uñas de negro. Me había convertido en toda una idólatra, y, como tal, seguía el camino que mi ídolo marcaba. Con el tiempo, esa euforia adolescente terminó, y Kurt Cobain desapareció de mi carpeta, de mi ropa y de mi mochila. Sin embargo, los posters de Nirvana siguieron decorando las paredes de mi habitación por más de una década. No hace mucho que, en una acto de verdadera iconoclastia, decidí despegarlos y liberarme del todo de ese ídolo del pasado que, música aparte, ya poco, o nada, tenía que ver conmigo.
Al rememorar esta anécdota, no pude evitar acordarme de los antiguos teólogos bizantinos que aconsejaban retirar los retratos artísticos de Jesús y los santos cristianos de las iglesias para evitar actos de idolatría hacia objetos mundanos. O de los cientos de estelas de piedra que fueron víctimas de la llamada damnatio memoriae, una práctica de censura muy popular en el Imperio Romano que consistía en eliminar, a golpe de martillo, el rastro de cualquiera cuyo nombre debía ser borrado de la historia. O también del grupo de situacionistas de los años 60 que, liderados por Guy Debord, sabotearon un acto dedicado a Charles Chaplin manifestando que el ejercicio de libertad más urgente es la destrucción de ídolos. Porque los ídolos son, al fin y al cabo, la encarnación de un conjunto de doctrinas que tienden a limitar nuestra autonomía como individuos dentro de una colectividad. Y, con ello, el avance social.
Kill Yr Idols es, por tanto, toda una declaración de intenciones con la que Luis San Sebastián abre la puerta a esta muestra protagonizada por una serie de piezas monocromáticas que encierran esa filosofía rupturista anunciada por el título de la exposición. Y es que Kill Yr Idols, como muchos ya habrán anticipado, es también el título de un álbum publicado por la mítica banda Sonic Youth, adalides de la escena post punk neoyorkina y del movimiento No Wave en la década de los 80. De este modo, Luis San Sebastián, al recuperar esta máxima de los Sonic Youth como encabezado para su exposición, está conectando su trabajo con esa genealogía punk que atravesó buena parte del siglo XX y que ha llegado a nuestros días en forma de referente; un referente que es revisitado constantemente para cuestionar la realidad desde distintas posiciones críticas, generalmente, de corte nihilista, contestatario y transgresor. Porque el punk fue, ante todo, un movimiento de raíz iconoclasta que quiso romper con cualquier forma de estereotipación o convencionalismo establecidos. Y no sólo dentro del panorama musical, sino que llegó a constituir todo un estilo de vida cuyos planteamientos se extendieron a los demás ámbitos de la creación humana.
De hecho, si el movimiento No Wave se caracterizó por algo, fue, precisamente, por la fusión entre disciplinas artísticas. Siguiendo con Sonic Youth, es de sobra conocida su colaboración con el artista Mike Kelley, cuya serie de fotografías titulada Ahh… Youth! fue portada de su álbum de 1992 Dirty. Otro ejemplo paradigmático de filiación musical y artística de la No Wave fue el caso de Steven Parrino, al que Luis San Sebastián también hace referencia en Kill Yr Idols mediante una serie de piezas tributo a sus célebres mishapped monochromes. Parrino, quien a finales de los 70 se había hecho muy popular gracias a sus improvisadas performances llenas de notas electrizantes y sonidos distorsionados, creó, entre 1981 y 1984, una serie de lienzos monocromos, parcialmente rotos y deformados, con los que pretendía poner en jaque la definición tradicional de pintura. Con ello, el artista estadounidense se estaba haciendo eco de toda una línea de pensamiento vinculada a las tesis sobre el fin del arte, tan populares a finales del siglo XX, que venían a poner de relieve el agotamiento de los géneros artísticos, así como la necesidad de cuestionarse sobre los mismos.
Del mismo modo, en Kill Yr Idols nos situamos ante una serie de piezas monocromas realizadas a partir de materiales industriales, cuya superficie, en ocasiones, aparece totalmente arrugada o deformada. Es probable que, al contemplarlas, el público no tenga claro si se encuentra ante una escultura, una pintura, u otra cosa. Y es que el trabajo de Luis San Sebastián se ubica en ese tipo de lugares fronterizos donde los absolutos desaparecen para dar paso a nuevas ideas, concepciones e interrogantes. Al igual que las mishapped monochromes de Parrino, estas pinturas, a pesar de estar envueltas de un silente blanco y negro, emiten un ruido ensordecedor que llena la sala de preguntas acerca de la naturaleza del arte y del objeto artístico. Así, Luis San Sebastián abre, con Kill Yr Idols, un nuevo capítulo dentro de esta corriente iconoclasta por la que han navegado numerosos teóricos, artistas y músicos a lo largo de las últimas décadas para volver a hablar del fin del arte y de su resurrección, de la superación de los géneros, de las convenciones socioculturales que rodean a la labor artística, y, por supuesto, de la relación incombustible entre música y pintura.


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