Artículo publicado en el número 24 de la Revista Literaria Visor, especializada en los distintos aspectos del relato corto y el cuento en español, en agosto de 2022.
La mujer siempre ha ocupado un lugar destacado como protagonista de las grandes obras literarias de nuestra historia. Son incontables los nombres de personajes femeninos que han logrado incrustarse en lo más hondo del imaginario cultural de las mismas sociedades que les dieron vida. Es más, fue tal la repercusión de sus aventuras que muchas de ellas traspasaron las páginas de los libros para trasladarse al mundo real en forma de estereotipos y modelos de conducta. Pero es que esos personajes fueron, en su totalidad, concebidos por hombres en culturas de raíces fuertemente patriarcales. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en el contexto de la Grecia Clásica, donde figuras literarias tan inolvidables como Electra o Lisístrata llegaron a configurar sólidos arquetipos femeninos que serían perpetuados en el tiempo por el resto de culturas herederas de la griega, dando lugar a un imaginario femenino construido desde una tiránica óptica masculina que trascendería a lo largo de los siglos.
Hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para asistir al alzamiento de toda una serie de voces con sello de mujer dispuestas a acabar con aquellos clichés del pasado y mostrar al mundo otra realidad bien distinta. Concha Espina (1887-1955) y Teresa de la Parra (1889-1936) fueron dos de estas escritoras pioneras que consiguieron destacar dentro de un mundo de hombres, una en España y otra en Venezuela, e introducir en la literatura iberoamericana todo un nuevo cosmos femenino contado desde la propia experiencia de una mujer. A través de esta conjunción entre las dos escritoras coetáneas, procedentes de lugares tan lejanos y distantes, se ha querido poner de manifiesto un sentimiento global que floreció a finales del siglo XIX y que se extendió a lo largo de la siguiente centuria: la reivindicación de lo femenino y la defensa de la mujer y sus derechos en un mundo dominado enteramente por el género masculino en todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad.
1. La figura de la mujer en la obra de Teresa de la Parra: El ermitaño del reloj
Al abordar la obra de Teresa de la Parra, nos encontramos con todo un manifiesto a favor de la mujer dentro de la rígida sociedad venezolana de principios del siglo XX. Novelas tan significativas como Ifigenia (1924) o Las memorias de Mamá Blanca (1929) evidencian la incuestionable importancia de la autora como portavoz de los nuevos ecos feministas de su generación. De hecho, Ifigenia, nombre cuya raíz se encuentra en el mundo clásico, viene a significar «mujer de raza fuerte», con el que, sin duda, Teresa de la Parra quiso bautizar a todas esas mujeres que vivían sometidas bajo las rígidas normas sociales impuestas desde la férrea autoridad masculina. Además, no hemos de pasar por alto el subtítulo que completa dicha novela: Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, el cual apela a la necesidad generada por esa represión de refugiarse en una escritura de carácter privado e intimista a través de la que poder escapar de esa sociedad que las mantenía aisladas.
En este sentido, resulta sencillo darse cuenta de la enorme carga autobiográfica que Teresa de la Parra volcó dentro de sus libros. En Las memorias de Mamá Blanca, la autora pone por escrito sus propios recuerdos de infancia en Venezuela junto a su familia, dentro de los cuales cobra gran importancia la figura de su abuela, personaje mediante el que Teresa de la Parra presenta la tradición vinculada al espacio femenino en su país. El interés de todo esto radica en el giro que la escritora venezolana da con sus novelas a toda la producción literaria anterior. Ahora, la vida de estas mujeres es contada desde un punto de vista exclusivamente femenino. Estamos, por tanto, ante uno de los primeros casos de literatura sobre mujeres creada por una mujer en Venezuela.
Igualmente, la producción cuentística de Teresa de la Parra posee los mismos rasgos que caracterizan a sus novelas: el cuestionamiento del papel femenino dentro de la sociedad, los elementos autobiográficos y las escenas familiares y costumbristas. De ella destacan sus tres cuentos Historia de la señorita grano de polvo bailarina del sol, El genio del pesacartas y El ermitaño del reloj. Será este último relato sobre el que recaerá toda nuestra atención, ya que en él aparecen todos esos elementos a los que se ha hecho mención.
El ermitaño del reloj cuenta una historia de objetos inertes que cobran vida para simbolizar una de las problemáticas sociales que su autora quiso trasladar al papel: la cosificación de los seres humanos dentro del sistema establecido. El protagonista de la narración es un monje capuchino que vive encerrado en un reloj del que no puede ausentarse en ningún momento ya que de él depende la vital función de tocar la hora. Al contrario que el personaje principal de su novela Ifigenia, Fray Bernabé es un hombre, pertenece al género masculino. Sin embargo, las virtudes y deberes que encarna están en estrecha relación con lo que en tiempos de la escritora se relacionaba con la buena educación femenina: sumisión, obediencia, docilidad, disciplina y aislamiento. El oscuro y angosto recinto que constituye la capilla representa la realidad aislada y apartada de la mujer, del mismo modo que la estricta tarea llevada a cabo rigurosamente por el monje simboliza las labores domésticas propias de las amas de casa. Asimismo, el mundo que espera a Fray Bernabé más allá de los confines de su reloj no es otra cosa que ese espacio social al que la mujer, por su condición de género, tenía prohibido acceder. Una vez que el monje conoce esa realidad externa que le había sido vetada, no es capaz de retomar su antigua rutina, por lo que, desesperado, decide terminar con su vida.
La investigadora Estela Marta Saint-André, coautora del libro Leer la novela hispanoamericana del siglo XX (1997), destaca la existencia de grandes similitudes entre este pequeño cuento e Ifigenia, poniendo en relación las distintas fases en las que se suceden los acontecimientos en ambas publicaciones. Según Saint-André, tanto Ifigenia como El ermitaño del reloj se desarrollan siguiendo el esquema «encierro — libertad — deseo de libertad — muerte» y destaca que, aunque María Eugenia, protagonista de Ifigenia, no fallezca al final de la novela, lo que sí perecen son sus anhelos y deseos al someterse a las imposiciones de la sociedad. De este modo, y siguiendo las palabras de Saint André, «los personajes de Teresa de la Parra se animan más al pensamiento de la liberación que a las acciones liberadoras» (1997, p. 44).
Por lo tanto, a través de este sucinto análisis, vemos cómo también puede realizarse una lectura en clave femenina del cuento de Teresa de la Parra, el cual no hace más que evidenciar la vinculación de la escritora con las ideas feministas que tanto defendió en su época de madurez. Si bien dichas ideas no se manifestaron de forma intensa o explícita en la escritora, sí contribuyeron a generar un cuestionamiento generalizado acerca de esa sociedad patriarcal donde la mujer apenas contaba con unas pocas libertades.
2. Los cuentos de Concha Espina: entre la tradición y la modernidad
Fue a través de la pluma de la célebre escritora santanderina Concha Espina por la que el mundo visto a través de los ojos de una mujer se coló en la literatura española de principios de siglo XX. Como escritora, cultivó distintos géneros literarios, desde la novela —La esfinge maragata (1914)— hasta el teatro y el periodismo, habiendo destacado
enormemente dentro del campo de la cuentística con títulos como Trozos de vida (1907), Pastorelas (1920) o Siete rayos de sol (1930). Pero Concha Espina no solo fue una mujer adelantada dentro del ámbito de las letras sino también en su vida personal, ya que, en la temprana fecha de 1908, decidió poner fin a su matrimonio y marcharse a la capital madrileña a ejercer con total libertad su profesión como escritora. De ello se deriva la enorme producción tanto de ensayos y artículos periodísticos como de cuentos que se conserva de la autora cántabra, resultado de la necesidad económica de una madre separada a cargo de dos hijos. Esta es, también, la razón por la que sus cuentos apenas exceden la extensión de una hoja, dado que fueron creados con la intención de ser publicados en revistas y periódicos. Es aquí donde se encuentra una diferencia sustancial entre Teresa de la Parra y Concha Espina: la primera, debido a sus orígenes aristócratas, se ubicó en un espacio social completamente distinto al de la española, quien se vio obligada a trabajar para mantener a su familia.
Donde sí se establece una similitud entre las dos autoras es en la ambigua y polarizada recepción de su producción literaria. Al igual que Teresa de la Parra, la obra de Concha Espina también ha sido objeto de controversias dentro de la crítica debido al profundo sentimiento tradicional y regionalista, un tanto conservador, que se destila de sus escritos. Y es que Concha Espina aprovecha pequeños relatos como Las mañanitas de abril o Con rumbo a México para censurar la inmigración y la pérdida de valores asociados al amor por la patria. Además, la temática central de gran parte de su producción cuentística se sitúa en las montañas de su Cantabria natal y sus tradiciones más arraigadas, tal y como sucede con sus dos conjuntos de relatos más notables: Pastorelas (1920) y Cuentos (1922). No obstante, como sucedía con la escritora venezolana, a pesar del carácter excesivamente costumbrista y tradicionalista de sus cuentos, no se puede negar la importancia de Concha Espina como una de las primeras introductoras del punto de vista femenino en la literatura española de principios de siglo XX. Su obra, a menudo, está encabezada por mujeres, como es el caso de Rosa Luz, protagonista del cuento La ruta blanca, quien se pierde en la montaña cántabra a causa de una nevada, o la niña madrileña de La cizaña, relato de corte ideológico a través del que la autora pretende destacar las ventajas de la vida rural frente a la vida en la ciudad. Igualmente, en el prólogo a Pastorelas, Concha Espina habla en primera persona, manteniendo un diálogo con el lector, donde expresa sus propias inquietudes acerca del proceso de creación y las sensaciones que experimenta durante el mismo, de forma que uno se introduce directamente dentro de la mente de la escritora, quien describe con esmerado detalle cada imagen.
En definitiva, el amor por la tierra natal, la reivindicación de lo rural en detrimento de lo urbano y la vida cotidiana filtrada a través de la pupila femenina son los tres ejes principales en torno a los que gira la obra de Concha Espina, una mujer que abrió la puerta a toda una generación de escritoras que la sucederían en los años venideros.
3. Conclusión
El valioso legado que Teresa de la Parra y Concha Espina dejaron en herencia a la posterior promoción de mujeres escritoras y, en general, a toda la población femenina, la cual permanecía oculta tras los muros de sus casas en manos de los designios de una sociedad que las reprimía y acallaba, sembró la semilla para el futuro cuestionamiento de todos esos valores patriarcales que regían el mundo. Ellas formaron parte de aquel grupo de mujeres valientes que, a principios del siglo XX, decidieron tomar partido y alzar su voz para reivindicar la autonomía femenina y una serie de derechos que les otorgasen nuevas oportunidades y libertades. Ellas fueron quienes allanaron el camino a la siguiente oleada de mujeres que tomaron la decisión de dedicar su vida a la escritura, las cuales, a su vez, tuvieron que luchar y hacer frente a una infinidad de impedimentos derivados del devenir histórico en ambos países. Es por ello que también merecen una mención especial escritoras como Antonia Palacios, María Calcaño, Luz Machado, Carmen Martín Gaite, María Zambrano o Emilia Pardo Bazán, entre muchísimos otros nombres. Sin embargo, a pesar de los grandes esfuerzos ejercidos por todas estas grandes mujeres, el sendero que ellas comenzaron a andar necesita seguir siendo recorrido para que, algún día, las voces femeninas sean escuchadas, estudiadas y valoradas sin que su condición de género sea tenida en cuenta.