Crítica de arte sobre la exposición Aus heiterem Himmel de la artista Irene Cruz, publicada en la plataforma de arte online 3K ART en Diciembre de 2013.
Un océano de sensaciones se abalanza sobre uno mismo al preciso instante en el que la mirada se encuentra con cada una de las fotografías que completan la serie bautizada Aus heiterem Himmel, obra de la joven artista madrileña Irene Cruz.
Todas ellas nos muestran un paisaje denso y frondoso recorrido por ríos y montañas, en el que añosos árboles avanzan como tropas aguerridas hacia el objetivo de la cámara y un exiguo manto de hierba apenas cubre el terreno helado. Pero no es este un bosque muerto, no. Se nos descubre como un conjunto orgánico en el que cada ser que lo conforma es el encargado de una determinada función vital. Así, la antigua raza de las coníferas, con sus lúgubres copas y fornidos troncos, constituye la perenne estructura sobre la que se apoya este hogar agreste y bajo la que el mundo en movimiento continúa sin descanso. Y del mismo modo el río, las piedras, el musgo y la montaña. Todos ellos son testigos mudos del incesante paso del tiempo en un páramo de aspecto gélido y yermo, el cual, mediante la magia creada por estos moradores, es transformado en un lugar lleno de color y poesía.
De este modo, el bosque se convierte en protagonista indiscutible de la historia narrada por la artista. No obstante, ese protagonismo no es total sino que lo comparte con la muchacha de apariencia frágil e impresión solitaria que interactúa con él. Ella, a través de potentes saltos congelados y del uso simbólico del columpio, representa ese constante caminar que contrasta con la naturaleza ancestral, la cual permanece impasible e inmóvil ante su presencia.
Con todo ello, la artista está introduciendo una serie de connotaciones ambiguas que sitúan la acción en una especie de frontera entre dos mundos. Se ayuda de una luz lóbrega y sombría, tamizada por una niebla vaporosa, que nos sitúa en un universo atemporal detenido ante el umbral de la noche. Asimismo, la muchacha aparece repetidas veces en estricto movimiento, hasta tal punto que en ocasiones acaba por difuminarse, al igual que sucede con las fotografías donde brotan caudales de agua o grandes masas de nubes. De esta manera, la artista busca contraponer la transitoriedad del ser humano, de los arroyos, del vapor de la niebla, e incluso de la nieve, frente a la inmutabilidad de la naturaleza y la eternidad del bosque.
Con Aus heiterem Himmel nos adentramos en un mundo onírico plagado de referencias al cine, ya que cada imagen parece tratarse de un fotograma en el que la acción queda congelada, y a la fotografía de la malograda Francesca Woodman por el característico empleo del cuerpo femenino como sujeto principal de la obra. Además, Irene Cruz, al igual que hiciera Francesca Woodman, se utiliza a sí misma como modelo para sus composiciones.
Precisamente, parece existir una moda o tendencia dentro del mundo de la fotografía actual hacia esa estética iniciada por artistas como la ya mencionada Francesca Woodman o, en menor medida, Sally Mann. No hay más que hacer una rápida visita a las redes sociales, las cuales se encuentran atestadas de este tipo de imágenes cuyas protagonistas se generalizan en espectrales muchachas perdidas en mágicos bosques sumidos en tonalidades frías, azules y verdosas, propias de cualquier película de Catherine Hardwick. Las más afamadas de entre estas incipientes artistas son la neoyorkina Alison Scarpulla, la canadiense Rebecca Cairns, ambas con millones de visitas en la red, y, dentro de nuestras fronteras, Dara Scully, con quien Irene Cruz guarda importantes similitudes.
Sin embargo, a pesar de esos mimetismos y contagios que podrían hacer de esta estética algo pesado y redundante, una extraña fuerza hipnótica, casi magnética, nos empuja directamente hacia el interior de cada instantánea que compone Aus heiterem Himmel, convirtiendo al espectador en una especie de “habitante incierto” que se esconde tras los troncos que pueblan el horizonte de los escenarios. De este modo, yo misma me siento imbuida de la gran carga poética que cada imagen contiene y, como soñando, me veo desde la lejanía observando a esa chica que salta y se columpia en el centro de la escena.
Para mí esta es una historia del bosque, en la que los árboles son las columnas de la tierra encargadas de sostener el firmamento y nosotros, los seres efímeros, encarnamos a las pequeñas luciérnagas que, como estrellas, se encienden y se apagan con el paso de siglos y milenios bajo la perenne mirada de la naturaleza eterna.