Cinelandia: cine y literatura en la España de principios de siglo XX

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Artículo publicado en el número VIII de la Revista AWEN, dedicado a las relaciones entre cine y literatura, en la edición de Febrero de 2020.


El binomio cine-literatura ha sido objeto de numerosos debates en torno a las relaciones entre ambas manifestaciones culturales desde el mismo momento en el que el gigante cinematográfico evolucionó hasta convertirse en una expresión artística más. Y es que, ciertamente, buena parte de la producción literaria nacida a partir del siglo XX no se entiende sin la existencia del cine.

Las primeras incursiones del séptimo arte dentro de textos literarios dan comienzo con el sólido afianzamiento del fenómeno cinematográfico, tanto en suelo europeo como en territorio norteamericano, en torno a la década de 1920. Además, paralelamente a esa consolidación del cine dentro de la sociedad occidental, los movimientos artísticos de vanguardia se encontraban disfrutando de su período de mayor apogeo, lo cual instauró un inmejorable campo de cultivo para que el cine, como nuevo objeto estético, habilitase caminos alternativos para la reflexión dentro del terreno de la literatura.

En España, el grupo literario que, de manera conjunta, puso de manifiesto la influencia y la presencia del fenómeno fílmico dentro del ámbito de las letras fue la llamada Generación del 27, cuyos miembros nacieron a la par que el cine. Toda esa promoción de jóvenes poetas y escritores vio en el medio cinematográfico la posibilidad de una renovación artística capaz de aportar nuevas perspectivas y puntos de vista a unos usos expresivos que consideraban profundamente estancados.

Por lo tanto, la vanguardia literaria española otorgó al género cinematográfico el título de hijo por excelencia de la modernidad, llevando al interior de las páginas de sus libros personajes, historias, estructuras y elementos propios del cine, los cuales fueron empleados como medios alternativos para el desarrollo de nuevas vías de expresión acordes a los tiempos modernos, de los que toda esta Generación del 27 también fue hija.

No obstante, este fenómeno no sólo se circunscribió a dicha generación literaria, sino que fueron muchos de sus predecesores quienes, si bien no nacieron con el cine, sí asistieron en su madurez a la llegada del primer material fílmico a las salas de capitales españolas, siendo ellos los primeros en reflexionar sobre el medio cinematográfico. Revistas como España, dirigida por el célebre filósofo madrileño José Ortega y Gasset, fueron pioneras en abordar problemáticas surgidas en torno al cine.

Sin embargo, la acogida que el fenómeno fílmico obtuvo dentro de los miembros de esta generación anterior, circunscrita dentro de las denominadas Generación del 98 y Generación del 14, no fue, ni mucho menos, tan entusiasta como la que le profesaron los escritores del 27. Figuras como la de Antonio Machado o Miguel de Unamuno adoptaron una postura de rechazo hacia el cine, negando la validez estética y narrativa del mismo, si bien destacaron su capacidad pedagógica y de fomento creativo. No obstante, otros como Pío Baroja o Ramiro de Maeztu sí vieron llegar con el cine aquellos ansiados aires de reforma para el arte y la literatura. De este modo, las actitudes en torno al cine durante sus primeros años de vida por parte de los escritores españoles fueron ciertamente diversas.

Entre ese grupo de autores que supo mirar los acelerados fotogramas de principios de siglo a través de los ojos vírgenes de un niño, capaces aún de sorprenderse y fascinarse con cada nueva imagen, se encontraba el escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna, padre de la vanguardia literaria en España, quien no pudo evitar quedarse prendado de la magia creada por la luz del cinematógrafo. Es más, fue tanta la pasión de Ramón por el cine que nos legó uno de los primeros acercamientos literarios al fenómeno cinematográfico en lengua española: Cinelandia.

En el interior de esta novela, publicada en 1923, Ramón Gómez de la Serna recrea un mundo ilógico y trastornado, sin apenas personajes o argumento, donde el principal protagonista es la propia urbe de Cinelandia, la cual funciona como elemento cohesionador de los fragmentados episodios en los que se narra el día a día de sus habitantes. Estos pobladores no sólo carecen de identidad, sino que, además, su manera de actuar responde al papel que interpretan dentro del gran guion que rige a la ciudad, donde el habla ha sido prohibida y sustituida por un lenguaje estrictamente visual. De este modo, los personajes no tienen una personalidad propia, sino que responden a los llamados “tipos”, es decir, estereotipos culturales habituales en las pantallas de las salas de cine.

Por todo ello, se puede decir que Cinelandia destila un cierto desánimo hacia el modo de producción cinematográfico, pero también hacia el modelo industrial en el que se enmarcó la deriva occidental a principios del pasado siglo XX. Para Ramón, esa ciudad del cine es reflejo y consecuencia de la sociedad moderna, transformada hasta la médula por el progreso tecnológico, donde el ser humano vive esclavo de la función que ha de cumplir dentro del complejo entramado productivo, lo que le conduce necesariamente a su deshumanización en pro de la perpetuación del sistema.

Ramón Gómez de la Serna, férreo defensor de la libertad creadora y de la independencia del artista, entendió el modelo productivo del cine como una industria más dentro del mundo moderno, profundamente condicionado por la máquina, la división del trabajo y la conversión del producto artístico en bien de consumo. Por lo tanto, Cinelandia es algo más que una novela protagonizada por el mundo del cine; es un texto audaz que esconde un personal análisis de su autor acerca de los efectos del nuevo fenómeno cinematográfico, tanto en el ámbito de las artes como en lo que se refiere a las conductas sociales.